Salto de esquí
Los saltos de esquí son una de las pruebas más espectaculares dentro de la familia de deportes de invierno. Es una prueba de gran dificultad técnica: el esquiador no solo tiene que saltar lo más lejos posible, sino que debe hacerlo en condiciones de seguridad y aterrizar sin contratiempos. Además durante el vuelo debe cuidar la armonía y la estética del movimiento ya que además de la distancia unos jueces valorarán el estilo, influyendo ambos factores en la puntuación final.
Los saltos de esquí se originaron como casi todos los deportes de invierno en los países nórdicos de Europa. En la actualidad países como Noruega, Finlandia, Suiza o Alemania compiten por la hegemonía con los esquiadores procedentes de Japón, aunque también países como Estados Unidos, Eslovenia o Austria disponen de un gran nivel. La tecnología desempeña un papel cada vez mayor y en la actualidad los esquiadores se someten a numerosas pruebas en túneles de viento para hallar la posición ideal que les permita aterrizar más lejos. Asimismo el equipamiento está orientado a ofrecer la mínima resistencia al aire.
El saltador se desliza sobre unos esquís de unos 12 cm. de ancho. En el momento del despegue la velocidad suele ser superior a los 100 km por hora. Durante el vuelo los esquiadores adoptan una forma de V, con los esquíes abiertos, el cuerpo echado hacia adelante y los brazos pegados al cuerpo. Para aterrizar, el esquiador adopta la "posición telemark" con la rodilla apoyada sobre el esquí delantero.
Los saltos ya se disputaron en la primera edición de los juegos de invierno, en Chamonix 1924, donde se competía sobre un trampolín de 80 metros. El 1972 la federación internacional estableció como oficiales las actuales pruebas de K-90 y de K-120.
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